Casi todos, de una u otra manera, sufrimos los problemas que conlleva el desmesurado tráfico y los correspondientes atascos y embotellamientos que provoca. Mucho se habla de sostenibilidad, del uso de la bici, del transporte público, de combinar distintos medios de transporte, de aumentar la frecuencia y capacidad de metros, trenes y autobuses, de cerrar algunas partes de la ciudad al tráfico privado a motor, a fomentar alternativas vía subvenciones, discriminación positiva, etc. Pero nadie, nadie, nadie, nadie habla de la realidad que nos supone cada día la elección de cómo ir a trabajar (o al cole, o a la universidad, o a hacer la compra).