jueves, 14 de junio de 2012

La incertidumbre

Si resulta difícil adaptarse al cambio, no os podéis hacer una idea de lo que supone vivir con incertidumbre. Me refiero a la incertidumbre de si se va a producir o no un cambio importante en tu vida dentro de poco tiempo.


Y, sin embargo, nuestra vida está llena de momentos inciertos y por más que así sea, no nos acostumbramos y solemos ponernos nerviosos, muy nerviosos. Últimamente me fijo en las reacciones que provoca la incertidumbre y son de lo más dispar, incluso divertidas, vistas desde fuera claro, con suficiente distancia emocional. Pero todas tienen algo en común: nos ponemos nerviosos.

Ya sea un examen, la posibilidad de un trabajo, un concurso o sorteo, declararte al amor de tu vida, etc. Todas estas situaciones de final incierto nos hacen sentirnos nerviosos y reaccionar de manera extraña frente a otros aspectos de nuestra vida. Si, sabemos que lo peor que puede pasar es que nos quedemos como estamos, pero nos resistimos a ello e intentamos adaptarnos a la situación riéndonos compulsivamente (incluso de situaciones que no tienen ninguna gracia), faltando el respeto al que se nos cruza en el camino, diciendo barbaridades (esto es lo más gracioso) que surgen de lo profundo de nuestros deseos y de otras muchas formas.

Todo esto es lo que pasa, pero ¿cómo evitarlo? suponiendo que haya una forma de lograrlo. Pues si, hay una forma de conseguirlo, pero nadie dice que sea fácil. Lo primero que hay que hacer es conocerse mucho y ser plenamente consciente de lo que pasa por nuestra cabeza para poder distinguirlo e identificar esas situaciones que nos hacen sentir más nerviosos. Si conseguimos esto ya hemos logrado más de la mitad del progreso.

Una vez identificados los sentimientos que nos provoca el posible cambio, debemos preguntarnos por qué nos afecta esta incertidumbre concreta de esta manera, porque es más que probable que la respuesta esté en nosotros mismos y que se corresponda con un aspecto personal que por alguna razón hayamos decidido que no queremos tocar (miedo al fracaso, necesidad de mostrar nuestra valía, necesidad de control de nuestra vida -como si eso fuese posible-). Y la única opción que tenemos ante estos aspectos es la HUMILDAD. El hecho de reconocernos como seres pequeños, limitados y que no podemos (ni necesitamos) controlar lo que pasa a nuestro alrededor es la llave que nos libera del nerviosismo y de esas situaciones un tanto ridículas que somos capaces de provocar. La humildad nos pone enfrente de nosotros mismos y nos permite librarnos de las ataduras que nos impiden ver la realidad con el cristal apropiado, tomar la distancia necesaria y responder de una forma mucho más sana desde un punto de vista psicológico.

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